Resumen:
En el atardecer del 1 de octubre de 2015, como en los viejos tiempos, una reunión
extraordinaria volvía a teñirse de tintes familiares en las oficinas de la planta industrial de
Sesma, ubicada en la Ciudad de La Plata. Sentados en una misma mesa, Guillermo, Miguel
Angel, y Ernesto Sesma se enfrentaban a una de las decisiones más difíciles de su trayectoria
empresarial. Acompañados del gerente financiero, Nicolás Sardans, y del asesor impositivo
externo, Fernando San Román, debían tomar una decisión imprevista para la cual ninguno de
ellos se había preparado. Diez años atrás, motivada por el atractivo de bajas tasas de interés y
plazos contractuales extensos, Sesma había emitido su primer bono internacional en moneda
extranjera. A sólo cinco meses de la fecha de repago de capital, la situación del país era
diametralmente opuesta. La Argentina se encontraba nuevamente en default selectivo de su
deuda externa, los mercados de capitales internacionales se encontraban técnicamente
cerrados, y el acceso a las divisas se tornaba dificultoso ante las numerosas regulaciones
impuestas en el sistema cambiario. Sesma debía decidir, esa misma tarde, que determinación
tomar con respecto al inminente vencimiento. Una mala jugada, podría poner en riesgo
setenta años de historia.